FRANKLIN D. ROOSELVET:
"SILENCIOSAMENTE ASESINADO"
En
1932 el gobernador demócrata del estado de Nueva York, acudió a su médico para
someterse a una revisión rutinaria. Al concluirla, su médico y amigo le felicitó:
"Adelante Franklin, tu buena salud a pesar de tu invalidez parcial por la
poliomielitis, te permitirá acometer con fuerzas la campaña electoral para ganar la
presidencia de los Estados Unidos de América". En aquel examen médico, la tensión
arterial del gobernador era de 130/80 mmHg.
El gobernador del estado de Nueva York acabó por instalarse en la Casa Blanca. Su buen hacer como gobernante le sirvió para revalidar su título hasta en 3 ocasiones, un hecho singular y único en la joven historia presidencial del pais americano, en donde los mandatos presidenciales están limitados a dos legislaturas. A finales del segundo mandato, la tensión arterial del presidente Franklin D. Rooselvet había subido a 170/100 mmHg, y su estado de salud empezaba a resentirse. En el electrocardiograma y en la radiografía de tórax, sus médicos detectaron signos de dilatación cardíaca, y en los análisis de orina se apreciaban trazas de proteinas. Algo no funcionaba bien en la salud del inquilino de la Casa Blanca.
El bombardeo japonés de Pearl Harbour de 1940, y la entrada americana en la II Guerra Mundial, llevaron excepcionalmente al presidente Rooselvet a un tercer mandato, que volvería a repetirse en 1944. Entre el tercero y cuarto mandato, la tensión arterial del presidente Rooselvet siguió ascendiendo, al tiempo que su estado de salud decaía visiblemente. Los médicos no pensaban entonces que su precario estado de salud, tuviese relación alguna, con las elevadas cifras de tensión arterial que diariamente obsevaban los médicos con el esfigmomanómetro.
Al final de la II Guerra Mundial, los vencedores se dieron cita en Yalta, una bellísima ciudad balnearia de Ucrania a orillas del mar Negro. Allí; Rooselvet, Churchill, y Stalin, pactarían el mas vergonzoso reparto territorial que jamás haya sufrido la vieja Europa. Durante las negociaciones, los médicos del presidente empezaron a inquietarse, su salud era cada día mas preocupante y la tesión arterial no paraba de subir. Había mañanas, en las que antes de acudir a las discusiones, la tensión arterial se situaba por encima de 280/140 mmHg. Los dolores de cabeza eran continuos e intratables, y la respiración se hacía cada vez mas dificultosa.
De vuelta a Estados Unidos, Rooselvet se sintió francamente enfermo. Por consejo de su familia y de sus médicos, se retiró a descansar a un balneario de Warm Springs en el estado de Georgia. En la mañana del 12 de abril, según pudo leerse en el New York Times, el presidente Rooselvet se quejó de un insufrible dolor de cabeza, la visión se hizo borrosa, el habla balbuceante e incomprensible, después perdió la consciencia. Pocas horas mas tarde estaba muerto. La causa; una hemorragia cerebral. La tensión aquella mañana había subido hasta 300/140 mmHg.
Tras los funerales, el senado americano interpeló con indignación al almirante Ros Mackenzie, médico personal del presidente: "Cómo se había permitido aquel largo viaje a Yalta en tal estado de salud y para una tan comprometida tarea" ?. El doctor Mackenzie respondió perplejo: "No pensábamos que su salud fuese tan precaria. Antes de viajar a Yalta, el presidente fué examinado hasta por 8 médicos. Todos lo encontramos aceptablemente bien. Unicamente nos sorprendía su tensión arterial, siempre por encima de 180/120 mmHg, pero esto tan poco parecía tener tanta importancia".
En efecto, en aquella época pocos médicos consideraban a la hipertensión arterial, como ese "asesino silencioso" que es causa y origen de la mayoría de las muertes por causa cardiovascular y cerebrovascular. La muerte de este hipertenso ilustre por hemorragia cerebral, estimuló la investigación médica en la hipertensión arterial. Desde aquel luctuoso suceso de Warm Springs, nuestros conocimientos sobre esta enfermedad han experimentado un extraordinario desarrollo.
Algunos años mas tarde, cuando fueron desvelados los documentos de Yalta, el pueblo americano fué duramente crítico con la negociación pactada por su presidente. Los grandes beneficiados habían sido desde luego Churchill, y por supuesto el voraz Stalin, mientras que a América, la punta de vanguardia de esa espantosa guerra, le había correspondido el saldo del botín. Los americanos que así juzgaban a Rooselvet, posiblemente ignoraban lo que se debe sentir negociando con aquellos dos astutos tigres de la política, mientras la sangre golpea en el cerebro con la violencia de 300 mmHg.
El gobernador del estado de Nueva York acabó por instalarse en la Casa Blanca. Su buen hacer como gobernante le sirvió para revalidar su título hasta en 3 ocasiones, un hecho singular y único en la joven historia presidencial del pais americano, en donde los mandatos presidenciales están limitados a dos legislaturas. A finales del segundo mandato, la tensión arterial del presidente Franklin D. Rooselvet había subido a 170/100 mmHg, y su estado de salud empezaba a resentirse. En el electrocardiograma y en la radiografía de tórax, sus médicos detectaron signos de dilatación cardíaca, y en los análisis de orina se apreciaban trazas de proteinas. Algo no funcionaba bien en la salud del inquilino de la Casa Blanca.
El bombardeo japonés de Pearl Harbour de 1940, y la entrada americana en la II Guerra Mundial, llevaron excepcionalmente al presidente Rooselvet a un tercer mandato, que volvería a repetirse en 1944. Entre el tercero y cuarto mandato, la tensión arterial del presidente Rooselvet siguió ascendiendo, al tiempo que su estado de salud decaía visiblemente. Los médicos no pensaban entonces que su precario estado de salud, tuviese relación alguna, con las elevadas cifras de tensión arterial que diariamente obsevaban los médicos con el esfigmomanómetro.
Al final de la II Guerra Mundial, los vencedores se dieron cita en Yalta, una bellísima ciudad balnearia de Ucrania a orillas del mar Negro. Allí; Rooselvet, Churchill, y Stalin, pactarían el mas vergonzoso reparto territorial que jamás haya sufrido la vieja Europa. Durante las negociaciones, los médicos del presidente empezaron a inquietarse, su salud era cada día mas preocupante y la tesión arterial no paraba de subir. Había mañanas, en las que antes de acudir a las discusiones, la tensión arterial se situaba por encima de 280/140 mmHg. Los dolores de cabeza eran continuos e intratables, y la respiración se hacía cada vez mas dificultosa.
De vuelta a Estados Unidos, Rooselvet se sintió francamente enfermo. Por consejo de su familia y de sus médicos, se retiró a descansar a un balneario de Warm Springs en el estado de Georgia. En la mañana del 12 de abril, según pudo leerse en el New York Times, el presidente Rooselvet se quejó de un insufrible dolor de cabeza, la visión se hizo borrosa, el habla balbuceante e incomprensible, después perdió la consciencia. Pocas horas mas tarde estaba muerto. La causa; una hemorragia cerebral. La tensión aquella mañana había subido hasta 300/140 mmHg.
Tras los funerales, el senado americano interpeló con indignación al almirante Ros Mackenzie, médico personal del presidente: "Cómo se había permitido aquel largo viaje a Yalta en tal estado de salud y para una tan comprometida tarea" ?. El doctor Mackenzie respondió perplejo: "No pensábamos que su salud fuese tan precaria. Antes de viajar a Yalta, el presidente fué examinado hasta por 8 médicos. Todos lo encontramos aceptablemente bien. Unicamente nos sorprendía su tensión arterial, siempre por encima de 180/120 mmHg, pero esto tan poco parecía tener tanta importancia".
En efecto, en aquella época pocos médicos consideraban a la hipertensión arterial, como ese "asesino silencioso" que es causa y origen de la mayoría de las muertes por causa cardiovascular y cerebrovascular. La muerte de este hipertenso ilustre por hemorragia cerebral, estimuló la investigación médica en la hipertensión arterial. Desde aquel luctuoso suceso de Warm Springs, nuestros conocimientos sobre esta enfermedad han experimentado un extraordinario desarrollo.
Algunos años mas tarde, cuando fueron desvelados los documentos de Yalta, el pueblo americano fué duramente crítico con la negociación pactada por su presidente. Los grandes beneficiados habían sido desde luego Churchill, y por supuesto el voraz Stalin, mientras que a América, la punta de vanguardia de esa espantosa guerra, le había correspondido el saldo del botín. Los americanos que así juzgaban a Rooselvet, posiblemente ignoraban lo que se debe sentir negociando con aquellos dos astutos tigres de la política, mientras la sangre golpea en el cerebro con la violencia de 300 mmHg.
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